Emprender con propósito
Entre el aprendizaje ágil y la visión del profesional
Emprender no es solo un acto de valentía, es un proceso de aprendizaje constante. Cada nuevo proyecto nace en medio de la incertidumbre y la clave del éxito radica en cómo enfrentamos esa incertidumbre: ¿nos dejamos llevar por la improvisación o buscamos construir con propósito y método?
Eric Ries, en El Método Lean Startup, propone un enfoque basado en la agilidad, la experimentación y el aprendizaje validado. Su modelo sugiere que, en lugar de perder tiempo en planes extensos e inamovibles, los emprendedores deben centrarse en probar hipótesis de negocio lo antes posible, definiendo con claridad qué problema están resolviendo y utilizando un Producto Mínimo Viable (MVP) como herramienta de validación. Esta metodología tiene sentido en un mundo donde la velocidad es un factor diferencial, pero también plantea un dilema que no puedo ignorar.
Desde mi experiencia, el enfoque de Ries peca de ligereza en su manera de abordar los MVPs. Su formación técnica y su visión pragmática lo llevan a sugerir que lanzar versiones extremadamente básicas del producto es la mejor manera de aprender del mercado. Sin embargo, para quienes venimos de un entorno profesional y nos hemos forjado bajo el principio de la calidad y la credibilidad, esta aproximación puede generar más dudas que certezas.
No se trata de buscar la perfección, pero tampoco podemos subestimar el impacto que un producto inacabado puede tener en nuestra reputación. Un MVP que no refleje una mínima solidez puede hacernos perder la confianza del cliente antes de haber tenido siquiera la oportunidad de demostrar nuestro verdadero valor. Es cierto que debemos aprender del mercado, pero no a costa de comprometer los estándares que definen nuestro trabajo.
Aquí es donde mi visión del emprendimiento se diferencia de la de Ries. Para mí, emprender no es solo lanzar productos a prueba y error; es construir con propósito, escuchando al cliente y adaptando la propuesta sin sacrificar nuestra identidad profesional. No olvidemos que muchos de los grandes innovadores no se limitaron a validar hipótesis con productos rudimentarios, sino que siguieron su visión con determinación, confiando en su instinto y en su capacidad para diseñar soluciones que realmente impactaran en el mundo.
Por eso, creo que el aprendizaje validado y la experimentación son herramientas poderosas, pero deben ir de la mano con una visión clara y con el respeto por lo que significa ser un profesional. Como consultores, emprendedores o creadores, no podemos permitir que la rapidez nos haga olvidar que lo que entregamos habla de nosotros. El equilibrio entre iteración y solidez es, en última instancia, lo que diferencia un experimento fugaz de un impacto duradero.
Como dijo Steve Jobs: “Los clientes no saben lo que quieren hasta que se lo mostramos.” Nuestra responsabilidad es encontrar ese punto intermedio entre la visión y la validación, entre la velocidad y la calidad, para que el aprendizaje no se convierta en una excusa para la improvisación, sino en un pilar para la construcción de algo realmente valioso.
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