La fuerza de quien sólo tiene un Plan A

La excelencia, esa palabra tantas veces vaciada de contenido, comienza en lo pequeño.

Así lo explica magistralmente Steven Bartlett en su Diario de un CEO, cuando nos recuerda que los detalles importan.
Cada decisión, cada correo, cada frase en una reunión, cada entrega, cada iteración. Todo deja huella. Todo construye cultura. Todo educa —o corrompe— nuestros estándares internos.

La negligencia empieza en lo pequeño.
Hoy ignoras un error mínimo. Mañana ese error será parte de tu sistema operativo.
Pasado mañana, será demasiado grande para ser corregido sin coste brutal.

"La mediocridad no aparece de repente: se gesta en cada excusa que aceptamos sin luchar."


Este principio conecta perfectamente con los enfoques serios que hemos analizado de Richard P. Rumelt en Buena Estrategia / Mala Estrategia.

Rumelt nos advierte de la ligereza con que muchas organizaciones elaboran planes "estratégicos" que en realidad son listas de deseos banales, superficiales, sin diagnóstico real ni acciones coherentes.
No hay excelencia sin diagnóstico profundo.
No hay estrategia buena sin esfuerzo intelectual honesto.

Del mismo modo, Steven Bartlett, aunque de forma más emocional y vivencial, converge en esta misma idea:
el que quiere tener éxito no se puede permitir tomar atajos en los pequeños detalles ni permitirse errores que sabe que crecerán si no los enfrenta.


Uri Levine, en Enamórate del problema, no de la solución, nos proporciona otra capa de comprensión:
el APM (Acercamiento Producto-Mercado) es la forma seria de construir un Plan A viable:
➔ Entender profundamente el problema del cliente.
➔ Validar con honestidad si el producto soluciona algo real.
➔ Ajustar cuando sea necesario, sí, pero sin perder nunca el foco ni el propósito.

Esto es diametralmente opuesto a la banalización de conceptos como el "MVP" de Lean Startup, que, llevado al extremo, puede justificar lanzamientos apresurados, validaciones superfluas y una cultura de la improvisación irresponsable.


Por eso convertirse en alguien que sólo piensa en el Plan A —como sugiere Bartlett en el capítulo 22—
no significa ser obstinado o ciego, sino todo lo contrario:
significa ser profundamente estratégico, riguroso en el diagnóstico, maduro en la preparación y apasionado en la ejecución.

➔ El plan A debe estar tan trabajado, tan pensado, tan iterado en su concepción (no en su improvisación ciega), que abandonar no sea una opción.
➔ Puede evolucionar, puede perfeccionarse, puede adaptarse.
➔ Pero su propósito y su convicción inicial deben ser rocas inamovibles.

Así es como nacen los proyectos que inspiran respeto:

  • Porque están sostenidos sobre fundamentos, no sobre slogans.

  • Porque transmiten confianza, no oportunismo.

  • Porque sus creadores están dispuestos a ser humildes, pero no débiles.


La lectura de estos capítulos de Diario de un CEO no es ligera ni cosmética.

Es una llamada seria a la responsabilidad individual, a la maestría en el detalle, al orgullo sano por hacer las cosas bien aunque nadie esté mirando.
Es también una celebración del coraje de quienes se lanzan al océano sin mirar atrás, porque saben que su plan no es perfecto, pero sí lo suficientemente sólido como para merecer todo su compromiso.

En un mundo de ruido, de estrategias "agile" sin alma, de MVPs huecos y modas pasajeras,
ser alguien que sólo cree en su Plan A —después de haber trabajado su propósito, su diagnóstico y su solución con seriedad— es un acto de rebeldía luminosa.

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