Cuando el Sufrimiento se Comparte: Reflexiones Entre Amigos
El café estaba recién hecho, y la conversación, como siempre, fluía con una naturalidad que solo pueden tener las buenas amistades. Ella, mi amiga, estaba pasando por un momento de esos en los que las decisiones importantes empiezan a pesar más de lo habitual. Me miró, con esa expresión que delata que algo la está rondando en la cabeza.
"¿Sabes? Creo que estoy llegando al límite. Llevo años siendo muy resiliente, adaptándome a todo lo que viene, 'tragando' muchas situaciones complicadas, pero ahora no sé... ya no tengo la misma disposición para seguir con todo esto", me dijo, claramente frustrada.
La conocía bien. Siempre había sido esa persona que se adaptaba a los cambios, que no dudaba ante las adversidades. Pero algo había cambiado, y no era la primera vez que me lo comentaba. El trabajo, la vida profesional, las decisiones… todo parecía más pesado ahora.
"Y ¿Qué es lo que te está costando tanto?", le pregunté, buscando entender más de esa sensación de desconcierto que me transmitía.
"Es como si me hubiera agotado el 'tragar'. Me cuesta aceptar ciertas situaciones, sobre todo aquellas en las que sé que no puedo tener el control total. Y lo peor es que me está generando estrés. Mi capacidad de decidir, de actuar en proyectos, está más limitada. No se si esto es algo positivo o negativo. Siento que he llegado a un punto donde ya no tengo la misma energía para seguir adelante con los mismos desafíos."
Escucharla me hizo pensar. Sabía que, en algún momento, todos enfrentamos la disyuntiva de decidir hasta qué punto estamos dispuestos a "tragarnos" el sufrimiento o el estrés por seguir avanzando. Esta sensación de estar ante una encrucijada, donde el sufrimiento parece una constante, y la libertad se ve como algo distante, es más común de lo que pensamos.
Le sonreí y le dije: "Creo que lo que te pasa es algo que todos enfrentamos en algún momento. El sufrimiento no es algo que se deba temer, es algo que, de hecho, puede liberarnos. No lo mires como un obstáculo, sino como una oportunidad para encontrar una forma más auténtica de crecer."
Me miró con curiosidad. Sabía que estaba buscando algo más que palabras vacías.
"Verás", continué, "cuando hablas de tu resiliencia, lo que estás describiendo es una capacidad admirable de adaptación. Pero también está el momento en el que esa capacidad se enfrenta a los límites. ¿Sabes? La libertad no significa la ausencia de sufrimiento, sino aprender a convivir con él de manera que no nos detenga. El sufrimiento, cuando se acepta y se entiende, puede liberarnos de la necesidad de controlarlo todo. Te ayuda a ser más flexible, más consciente de lo que realmente importa."
Se quedó en silencio, pensativa. Sabía que mis palabras la estaban alcanzando.
"El problema no es que hayas dejado de 'tragártelo todo', el problema está en cómo interpretas tu capacidad para elegir qué batallas enfrentar. No se trata de huir de las dificultades, sino de reconocer que, a veces, el verdadero sufrimiento viene de resistirse a lo inevitable. Y si lo vemos de esa manera, podemos tomar decisiones más sabias, porque no se trata de evitar el sufrimiento, sino de manejarlo de una forma que nos permita crecer y seguir adelante."
Ella sonrió, como si, de repente, las piezas de un rompecabezas comenzaran a encajar.
"Creo que lo entiendo", dijo, "no es que deba seguir aceptando cualquier sufrimiento, pero sí debo aprender a no huir de él cuando puede enseñarme algo o ayudarme a soltar lo que ya no sirve."
"Exacto", le confirmé. "La verdadera libertad no está en evitar el sufrimiento, sino en elegir cómo te enfrentas a él. Y al final, esa libertad es la que te permitirá seguir creciendo, no solo como profesional, sino como persona. Lo que te libera no es la ausencia de desafíos, sino el aprender a navegar a través de ellos sin perder tu esencia."
Esa conversación, aunque sencilla, abrió una puerta en su mente. Como cuando alguien te muestra que hay más caminos que los que veías, y que la respuesta no es seguir adelante a toda costa, sino saber cuándo avanzar y cuándo detenerse. La libertad, al final, no es un concepto abstracto, sino la capacidad de vivir las circunstancias con los ojos bien abiertos, sin dejar que el sufrimiento nos decida por nosotros.
En muchos momentos de mi vida profesional, he sido el consejero de buenos amigos, compartiendo reflexiones como esta. Pero en ocasiones, al dar consejos sobre cómo afrontar el sufrimiento o la dificultad, me he sentido un tanto incómodo. Pensaba: "¿Estaré siendo demasiado atrevido al ofrecer estas ideas? ¿Estaré jugando con los sentimientos y las emociones de los demás de una manera que ni siquiera yo he podido aplicar en momentos difíciles?" La sinceridad y el interés por ayudar son nobles, por supuesto, pero a veces, al tratar de compartir lo que creo que es lo mejor, me he preguntado si realmente tengo derecho a dar esas respuestas.
He vivido momentos en los que, tras escuchar el sufrimiento de una persona cercana, me atreví a mostrarles caminos, alternativas, a pedirles que resistieran un poco más, que "aguantaran" porque lo valía la pena. Eso, en ocasiones, me causó cierto malestar, como si me estuviera despojando de la responsabilidad de estar a su lado con la misma convicción que les sugería en mis palabras. A veces, ese malestar me hacía reflexionar sobre cómo, como consejero, también soy humano y que, en muchas ocasiones, no soy capaz de aplicar mis propios consejos en mi vida.
Finalmente, entendí que, aunque es noble querer ayudar, siempre hay que leer bien el contexto. Los consejos, por más sinceros que sean, deben ser dados con una comprensión profunda del momento de quien los recibe. Hay que ser conscientes de cuándo el sufrimiento realmente necesita ser enfrentado y cuándo debe ser acompañado con más empatía y cautela. A veces, el mejor consejo no es el que se da de manera rápida o categórica, sino el que se ofrece con humildad, sabiendo que cada situación es única y requiere una mirada atenta.
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