Elegir la botella adecuada: lecciones de enfoque para una vida de consultor y más allá

Enfoque

En Buena estrategia / Mala estrategia, Richard P. Rumelt dedica uno de los capítulos más reveladores a una idea que parece simple, pero que en realidad encierra una fuente enorme de poder estratégico: el enfoque.

Rumelt, profesor en la Harvard Business School, sabía cómo poner a prueba la capacidad de análisis de sus alumnos de un MBA. No eran estudiantes cualquiera: se trataba de profesionales con expedientes académicos brillantes y trayectorias sólidas en empresas de primer nivel. Sin embargo, incluso ellos quedaban desconcertados cuando se enfrentaban al caso de un fabricante de bebidas embotelladas que rompía todos los esquemas.

La sorpresa era que esta empresa, mucho más pequeña que sus gigantes competidores, era más rentable, ofrecía precios más altos y, aun así, tenía clientes dispuestos a pagar sin discutir. ¿Cómo podía ser? La respuesta estaba en el foco: esta compañía no intentaba competir en volumen ni en precio, sino que había elegido especializarse en tiradas de producción más pequeñas, adaptadas a necesidades concretas, y había convertido esa aparente limitación en su ventaja competitiva.

El mensaje que Rumelt buscaba transmitir era evidente: una estrategia dispersa conduce a la mediocridad, mientras que una estrategia enfocada genera poder. El enfoque concentra energías, canaliza recursos y permite ser excelente en un ámbito específico. Pero, sobre todo, implica renunciar: decir no a muchas posibilidades para poder decir un sí rotundo a lo que realmente importa.

Enfoque como espejo personal

Al leer este capítulo, tuve la sensación de que Rumelt no solo estaba hablando de empresas, sino también de personas. Porque el enfoque es también una forma de vida: es preguntarse dónde quiero poner mi energía, qué batallas quiero pelear y cuáles debo dejar pasar, qué botella quiero elegir para embotellar mis esfuerzos y ofrecerlos al mundo.

En ese momento, la lectura se convirtió para mí en un ejercicio de introspección. No era solo Rumelt hablando a sus alumnos de Harvard; era como si me hablara a mí directamente, y me obligara a mirarme en ese espejo incómodo donde uno descubre que demasiadas veces ha intentado abarcar más de lo que podía sostener.

El enfoque aprendido en SAP

Mi trayectoria como consultor SAP ha sido, en muchos sentidos, una escuela de enfoque. He participado en proyectos de enorme complejidad, en los que convivían regulaciones fiscales cambiantes, estructuras organizativas internacionales y sistemas de información que parecían ingobernables. En ese entorno, la dispersión era tentadora: había siempre diez frentes abiertos, veinte problemas urgentes, y la presión de querer resolverlos todos al mismo tiempo.

Lo que aprendí, a veces a costa de desgaste, fue que el verdadero valor no estaba en querer hacerlo todo, sino en discernir lo esencial de lo accesorio. En cada proyecto, el éxito venía cuando el equipo sabía concentrar sus esfuerzos en lo que de verdad era crítico para el cliente, incluso si eso significaba dejar de lado batallas secundarias. Ese hábito, el de enfocar y renunciar, fue mi primera lección práctica del poder del enfoque.

El trading: de la dispersión al foco

Más tarde, cuando me adentré en el mundo del trading algorítmico, volví a toparme con la misma verdad. Al principio, la tentación era dispersarme: distintos símbolos, múltiples marcos temporales, estrategias que se solapaban sin un hilo conductor claro. Parecía que más era mejor. Pero lo único que conseguía era ruido, falta de claridad y resultados inconsistentes.

El aprendizaje llegó cuando empecé a concentrar mi atención en un marco definido, en un tipo de estrategia específica, en una convicción clara: operar en largo, desarrollar metodologías rigurosas, probarlas con disciplina. Al hacerlo, descubrí que el progreso venía de la profundidad, no de la dispersión. Esa experiencia me hizo entender que el enfoque no es un sacrificio, sino una fuente de libertad: cuando eliges un camino concreto, el ruido desaparece y la energía fluye hacia lo que de verdad importa.

El presente: vocación académica y foco vital

Hoy me encuentro en un punto distinto de mi vida, donde todo ese aprendizaje cobra un nuevo sentido. Tras años de experiencia en SAP y en el desarrollo de estrategias de trading, mi mirada se ha orientado hacia un propósito mayor: iniciar un doctorado en macroeconomía y mercados financieros.

Esta decisión no surge de la nada, sino como consecuencia lógica de mi camino. He visto cómo los sistemas ERP ordenan la información y sostienen operaciones empresariales; he explorado cómo los algoritmos de trading permiten leer patrones y generar estrategias; y ahora quiero dar un paso más: entender la macroestructura, los grandes engranajes que condicionan todo lo demás.

Para mí, este doctorado es esa botella pequeña y valiosa de la que hablaba Rumelt en su caso de Harvard. No se trata de competir en cantidad, ni de querer estar en todos los frentes académicos, sino de elegir un espacio donde pueda profundizar y aportar con excelencia. Es mi forma de decir no a la dispersión, para decir un sí rotundo a lo que siento como vocación.

El enfoque como filosofía de vida

Lo interesante es que, al mirar atrás, me doy cuenta de que todo este recorrido ha sido, en el fondo, un entrenamiento en enfoque. Desde los proyectos SAP donde aprendí a priorizar, hasta las estrategias de trading donde entendí que la disciplina y la renuncia dan frutos, hasta la decisión actual de emprender un doctorado. Todo encaja como una cadena de eslabones que me conducen al mismo lugar: la certeza de que el verdadero poder está en elegir con claridad dónde quiero dejar mi huella.

Y aquí es donde el capítulo de Rumelt adquiere toda su dimensión humanista. Porque el enfoque no es solo una técnica de negocio, ni una ventaja competitiva en los mercados. Es también una filosofía de vida. Significa reconocer que no se puede hacer todo, que la dispersión agota, que la excelencia nace de la concentración. Significa tener la valentía de renunciar para poder elegir.

El fabricante de bebidas embotelladas lo demostró en un aula de Harvard. Y yo lo reconozco en mi propio recorrido vital. Porque lo esencial no es querer abarcarlo todo, sino elegir la botella adecuada y llenarla con lo mejor de uno mismo.


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